lunes, 4 de mayo de 2009

Poesía


      Quiero hablar de una persona muy especial. Quizás al primer o segundo encuentros no te des cuenta de todo lo que lleva por dentro. De hecho, cuando la conoces mejor, te das cuenta de que es natural que esto sea así. Y es que es necesaria una buena dosis de introversión para haber vivido tan intensamente la noche oscura del alma como puede adivinarse lo ha hecho cuando lees lo que escribe. También puede olerse que ha habido mucho trabajo atrás para ir digiriendo toda esa amargura que a todos nos invade aunque a unos con más fuerza que a otros.


Esto último se percibe en su poesía. No hay afectación ni falso dramatismo. Simplemente la verdad desnuda y una sinceridad que le da a todo lo que dice una fuerza enorme. Si a esto le añadimos todo el trabajo que hay detrás para poder expresarlo con tanta belleza como lo hace, tenemos poesía. Una poesía absolutamente magnífica.


Admiro mucho esta persona. No sólo por la forma en que conmueve cada vez que la leo, sino también porque es un ejemplo de vida. ¡Se requiere mucho valor para decidir ganarse la vida escribiendo poesía! Sí, en pleno siglo XXI donde el capitalismo es lo que manda. Donde lo único que vale es lo que tienes y no importa en absoluto la forma como lo has ganado ni como lo utilizas. Ella no. Simplemente se dedica a digerir su oscuridad poco a poco, haciéndose más sabia cada vez y luego nos regala todo eso sin ningún tipo de regateo, sin guardarse nada. Y además lo hace sin hacer ruido; con la tranquilidad y la discreción que la caracterizan, nos va regalando un poco de lo mucho que lleva por dentro.


San Francisco, domingo 26 de abril a las 9 de la noche. Mi hotel, que afortunadamente tiene internet, mi portátil y un programa de radio que, seguramente no está escuchando demasiada gente. Un programa donde se lee poesía, en la ciudad de México, un domingo y a las 11 de la noche. Demasiadas cosas en contra, aunque quizás los marranos con sus fiebres lograron conducir a algún despistado confinado en su casa a sintonizar por error la estación, aumentando aunque sea un poco la audiencia.


El clima es propicio, la conductora no es el súmmum de la inteligencia, pero logra crear un ambiente cálido y agradable. La poesía empieza a brotar. Mi hermana, Julieta, lee sus cosas exactamente como tienen que leerse. Tranquilamente, sin ninguna afectación. Simplemente dejando que las palabras fluyan lentamente y vayan transformando al que las escucha. Yo, solamente escucho emocionado, sintiéndola muy cerca y pensando que tengo una gran suerte de poder llamar hermana a alguien como ella.


Espero que su introversión no se moleste si doy aquí su blog. Se llama “La música de la sangre” y la dirección es: lamusicadelasangre.blogspot.com. Aunque se prodiga casi tan poco como yo, lo que hay por leer hace que valga totalmente la pena darse una vueltecita por ahí.


domingo, 11 de enero de 2009

Inmigrantes


Cuando llegué a España, el tiempo durante el cual pensaba quedarme era indefinido. Pensaba más o menos en dos años, pero sólo por tener algún tipo de referencia que pudiera paliar un poco el inmenso vértigo que sentía en esos momentos. Porque realmente es una diferencia enorme a nivel psicológico el tener más o menos acotados los periodos y las actividades que vas a hacer en el otro país. Cuando es este el caso, tienes una seguridad de tipo institucional. Llámese beca, permiso de trabajo, etcétera. Ahora que estoy viviendo en esa otra situación, me parece que ese vértigo que se siente cuando no está todo en su lugar resulta un acicate formidable para adaptarse al país. Por supuesto que las inmensas diferencias objetivas entre Logan y Madrid son un factor fundamental. Pero a pesar de ello, creo que lo que pasa por dentro es por lo menos tan importante como esto.

Hablar de un tiempo indefinido, quiere decir que pueden ser muhos años o tan sólo algunos meses. De hecho, esto último es en principio lo más probable, tomando en cuenta el hecho de ser un inmigrante sin papeles. Se vive con ansiedad y con miedo. Pero también con una constante sensación de urgencia. Urgencia de comerse el país a bocados grandes. De conocer hasta el último rincón del Prado; de ver cuantos espectáculos flamencos se te pongan enfrente; de recorrer Madrid palmo a palmo y conocerlo aún mejor que los nativos si se puede. Y también, de guardar un poco en un cajón tu mexicanidad, tus viejos amigos, tu familia y en general, todas tús raíces. No es que las olvides, siempre están ahí presentes. Pero si lo estan demasiado se convierten en un lastre no compatible con la sensación de urgencia que te embarga a cada momento.

Recuerdo aquellos días como de los más intensos de mi vida. Y, al mismo tiempo, aunque parezca paradójico, teniendo una sensación de irrealidad. Parecía como un sueño el finalmente estar allí, con esa gente de maneras tan bruscas, pero en el fondo, amables a su modo. Creo que no hubiera sido posible hacer los grandes amigos que he hecho en Madrid y de conocer profundamente a tanta gente maravillosa, de no haber sido por el látigo de la urgencia.

Esta sensación de aventura hace que, aunque todo lo externo tenga un aspecto bastante oscuro y amenazante, tengas la sensación de estar actuando desde tu centro. Creando tu propio espacio desde dentro hacia afuera y eso te da la fuerza necesaria para sobrellevar todo el miedo y la ansiedad que te acompañan.

En Logan me ha pasado justo lo contrario. Ahora todo lo externo está perfectamente ordenado (¡Y de qué manera!). Pero en lo interno, al menos al principio, todo era un absoluto desastre. Al principio, la sensación de desorientación era absoluta. No sabes ni de donde vienes ni adonde vas. Como arrojado a un mundo del que no tienes ninguna referencia, ni tampoco ningunas ganas de querer entender. Con gente que habla otro idioma, no sólo en el sentido literal, cosa no banal, sino sobretodo en el sentido figurado, cosa aún mucho más importante. En cierto modo resulta bastante protector trabajar tantas horas como un esclavo, porque así no tienes tiempo de pensar demasiado.

En esas situaciones, siempre hay un gran remedio. Volver a las raíces. Abrazar a Lía, ver a los viejos amigos, emborracharme con mi hermano hasta las siete de la mañana, ir al chico con mi madre a pasar año nuevo, jugar al risk con Julieta y Getse. En fin, hacer un alto en el camino para regresar un poco a los orígenes y recordar quien eres y adonde vas. Por eso me ha ayudado tanto volver a casa en estos días. El regreso a mormonland ha sido mucho menos traumático de lo que esperaba. A pesar de que este pinche lugar no ha cambiado nada, mi actitud hacia el es muy distinta. Hasta podría decirse que estoy empezando ha disfrutar un poco de mi estancia por acá.

Siempre existen hechos externos, aparentemente banales, pero que te confirman que las cosas están cambiado por dentro. En este caso, una fiesta (y de paso así les cuento algo más de Logan, que no he hablado demasiado de él). Existe una costumbre aquí, que consiste en que cuando alguien se cambia de casa y se encuentra más o menos establecido, organiza una fiesta para sus amigos. Este tipo de fiesta tiene un bonito nombre: "house warming". Nada más llegar de México, nos tocó organizar la nuestra. La fiesta acabó a las seis de la mañana, hecho por demás insólito en estos lugares. Pero encima con la gente ¡Bailando a Manu Chao a esas horas! Después nos han dicho algunos que es una de las mejores fiestas a las que han ido. Cosa que, por otro lado, no es demasiado difícil dado el nivel de las que se cuecen por acá (otro día les cuento de las divertidas fiestas de mormonland).

Así que ahora las cosas van más o menos marchando. Por eso, si algún valiente se anima a visitarme, ya sabe que será "more than welcome" de venir. Lo que nos sobra por acá es espaci0.


Por supuesto existe otro tipo de inmigración, que desgraciadamente es la más común. En este último caso, las razones no vienen de un enamoramiento del país o de que has sacado una beca para estudiar en el extranjero. Las razones son puramente económicas. Es la inmigración del hambre. Aquella que te obliga a dejar tus raíces y familia porque no te queda de otra. Aquella en la que esencialmente eres utilizado como mano de obra barata para realizar un trabajo que los ricos ya no quieren hacer. Aquella en la cual, en momentos de crisis te vuelves prescindible para el país y pasas de convertirte en algo útil a una amenaza social. Aquella que da tantos votos a políticos que utilizan el miedo a lo diferente como arma arrojadiza para ganar elecciones. Aquella de la cual, afortunadamente para mi, no tengo más que referencias indirectas porque nunca la he vivido en carne propia. Supongo que en este caso sí que debe ser casi imposible adaptarse. Sin embargo, la gente lo hace.