
Llevaba más de siete años viviendo en mi pequeño agujero de Lavapiés. Siendo honestos, no era bonito. De hecho era más bien feo y la estancia estaba coronada con una lámpara de color dorado que resultaba ser uno de los mayores adefesios que hayan existido. La limpieza del sitio, así como su orden también dejaban mucho que desear. A pesar de todo, me encontraba yo muy a gusto en mi estudio de Amparo 15. Creo que una de las cosas que siempre le caracterizaron, aunque está mal que yo lo diga, fue la hospitalidad. El espacio se ha quedado lleno de anéctdotas y de experiencias de todos tipos. Desde las cenas filosóficas con Victoria, hasta las kilométricas comidas con Henar, pasando por unos muy celebrados chiles en nogada con Eugenia y Laura, innumerables horas con Joe, así como una gran cantidad de amigos mexicanos y de algunos otros lares que lo adornaron por temporadas cortas y no tan cortas.
Por eso me ha sido tan difícil decirle adiós. Recuerdo la sensación cuando, a las seis de la mañana pasó el taxi por mi y tuve que dejar las llaves en el buzón. Esa certeza de que nunca más iba a pasar por esa puerta que dificultaba la entrada debido a la gran cantidad de bultos que vivían por ahí hacinados y que nunca más encendería esa horrible lámpara que daba tan buena luz para leer, es algo que nunca había sentido antes, aunque tiene sus similitudes con lo que se siente cuando se muere un ser querido.
Era bastante feo mi agujero de Amparo 15. Pero siempre se tenía algo bueno que leer, maravillosa música que escuchar y a menudo se comía bastante bien. En pocas palabras, era un lugar que estaba vivo y en el que se han quedado una gran cantidad de grandes experiencias y de personas con las que tuve el gusto de compartirlo. Esto, sin contar con el nada desdeñable hecho que se encontraba en el mejor barrio de Madrid, si no es que el mejor de toda España (sin ánimo de ofender a nadie :).
4 comentarios:
Se lo leía a Cristina en voz alta, pero la voz empezó a temblarme como si estuviera también colgada del adefesio, como si tuviera que dejar caer las llaves contigo a las tantas de la mañana y el eco de la resonancia metálica votara y reborara entre las paredes asalmonadas en las que ya no me cruzaré con un senegalés, bengalí o peruano de anchas y francas sonrisas, con los que había casi que abrazarse porque las paredes no daban para más...
Ahora me estaba preguntando a cuántos Javis puedes conocer. ¿Aclaro que soy Javi Ramos de Chamberí? Lo de Amparo 15 resulta demoledor. Yo tratando de asumir este duelo gabilondiano... Y menudo bajón. Creo que me urge ir a pelar un buen cuenco de nueces bajo una luz por completo insuficiente (¿procedente de la lámpara dorada?) mientras me tomo unas cervezas pensando en una nogada que ya sólo podrá catarse si se cruza el charco...
¡Ay! ¡tu rinconcito de Lavapiés! Yo también le echo de menos, nuestras conversacions (no sé yo si muy filosóficas, y menos cuando nos habíamos terminado la botella de vino y yo no controlaba mientras tú estabas tan fresco), las cenas picantitas tan ricas, el follón de tu pila, las copas que daban el toque original en medio del batiburrillo de tu pisito, la buena música, mis intentos vanos en aprender a palmear...
Habrá que retomarlo en otro lugar, Utah, India, Méjico, un nuevo rinconcito en Lavapiés o cualquier lugar del mundo; al fin y al cabo el punto lindo de los sitios lo pintamos nosotros.
Besos
Victoria
Inaudito tu pisito Antonio. Inaudito todo tu.
Con lágrima y copa de vino te adora,
Malula
P.S Mi querer saber que haber en Mormonland
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